En busca del tití gris a orillas del río Nus
Durante todo el día, el tití gris (Saguinus leucopus) fue el tema central del camino, interponiéndose constantemente en las narraciones de Rodrigo Celis acerca de cómo transformó una finca ganadera y cafetera –herencia de su padre Guillermo Celis– en la Reserva Natural Hacienda San Pedro.
Con 300 hectáreas es un refugio de una alta variedad de fauna y flora en la Cordillera Central de los Andes, entre las regiones administrativas del Nordeste y del Magdalena Medio Antioqueño, entre los municipios de Maceo y Caracolí. Allí, las presiones de la ganadería, la minería y las plantaciones forestales de coníferas y eucaliptos para la fabricación de pulpa y celulosa, ejercen una fuerte presión sobre la diversidad de la zona, que amenaza tanto al medio ambiente como al ser humano.
“Cuando llegó el bum de las Brachiaria a finales de los 80’s, todo el mundo empezó a tumbar monte. Son un tipo de pastos sumamente invasivos, tienen un crecimiento rastrero y amarran el suelo como lo son las Brachiarias humidicola y la cumbens, no dejan enmalezar y aquí se enmaleza muy fácil. Entonces comenzaron a tumbar y a quemar el monte, me dije: “Este cambio no soy capaz de hacerlo”. Esa fue la razón, no fui capaz de hacer lo que todos estaban haciendo”.
A una altura aproximada de 1100 msnm y un ecosistema de bosque húmedo tropical, la reserva es un lugar maravilloso, de gran acogida… Tanto científicos (frecuentes en el lugar), como fotógrafos o cualquier persona que disfrute la naturaleza, la riqueza visual y aún más con la emocional de estos espacios, debe visitar la Reserva Natural Hacienda San Pedro… oasis en medio de las presiones de la ganadería, la minería y las plantaciones forestales. Un refugio para aquellos huéspedes de lomo plateado que vigilan con atención entre los árboles.

Cuando Rodrigo era niño o un adolescente entusiasta, la reserva era una finca cafetera e incluso ganadera. “Antes cuando estaba en potrero no tenía tantos árboles la rivera de la quebrada”.

Las noches de luna brillan con tanta intensidad que se puede caminar sin linterna, junto a la orilla del río Nus, o incluso sobre la línea férrea.

La primera mañana de la expedición, nos despertó con una constante lluvia que parecía comprometer el día, pero incluso bajo estas circunstancias se reciben sorpresas. la presencia del tucán pichí collarejo (Pteroglossus torquatus) quien comiendo de un guanábano apareció entre la lluvia. Era la primera vez que lo veía y me emocionó su vistoso maquillaje como una lanza de fuego oscuro atravesando la brillante vegetación y cortando la niebla.

En cualquier instante, se van llenando los árboles por bandadas ruidosas y coloridas de periquitos de anteojos (Forpus conspicillatus).

Incluso con la lluvia amenazando la expedición del día, fuimos visitados por una inmensa cantidad de aves mientras esperábamos en el corredor principal de vista a las colinas de la reserva, a que la mañana comenzará a calentar. Fueron al encuentro tanto tángaras como loros o como este colibrí.

Cerca del lecho de la quebrada, Rodrigo me explica como la palma de Iraca, muy usada para la fabricación de sombreros, como lo es el aguadeño; también sirve de alimento en el bosque para aquellos que están perdidos. Se arrancan desde abajo las palmas que aún no se abren y se come la parte blanca de la raíz.

Flor cerrada de la Aristolochia, insignia de la reserva. Esta crece como un bejuco enredado en los árboles e incluso mezclándose entre la hojarasca, cual serpiente acechando.

Entonces vino el momento de adentrarnos en el bosque. Comenzamos subiendo por el antiguo camino a Maceo que pasa por una parte de la Reserva, entre canalones y grandes formaciones rocosas que buscan ir hacia las partes más altas desde donde se desprende la quebrada San Pedro de los humedales en la finca vecina, para atravesar la reserva y desembocar en el río Nus. Pronto nos separamos del camino principal para ascender por el lecho de la quebrada encañonada entre inmensos árboles cuales domos verdes donde la luz se cuela con dificultad, como pequeñas claraboyas aisladas en la oscuridad del bosque.

Estación de moto-rodillos en el casco urbano de Caracolí. Este transporte es el mejor acceso a la reserva. Los moto-rodillos sirven de medio de transporte entre las comunidades de San José del Nus y la cabecera del municipio de Caracolí, además de muchas otras como lo son Maceo, San Roque, Puerto Berrío y Puerto Nare.

Quizás lo más curioso resulta el encuentro de dos moto-rodillos que van en dirección opuesta. El que lleva menos carga es quien debe salir de los rieles para dar paso. Los ayudantes de ambos vehículos colaboran en la operación al igual que algunos de los pasajeros. Debido a este tipo de encuentros, los moto-rodillo intentan viajar en grupos de dos o tres, ya que eso obligaría al otro rodillo a salir del camino y dar paso a los demás.

Los trabajadores de moto-rodillos son quienes aún mantienen en un estado aceptable los ríeles del ferrocarril, de los cuales muchos han sido quitados para usarlos como postes en potreros o incluso como soportes para bigas en algunas de las casas de la región, problema que ha ocurrido a nivel nacional debido al descuido en la conservación del patrimonio histórico. La mayoría de trabajadores de moto-rodillos son jóvenes que durante la temporada baja (mediados de la semana) trabajan en diferentes áreas como jornaleros en fincas o en la extracción de oro en el río. Llegado el fin de semana suben a sus rodillos, pasando de caserío en caserío, anunciando ruidosamente su llegada.

La primera vez que uno sube a un moto-rodillo, hay una mezcla de temor, curiosidad y emoción. El ruido es tan fuerte, que las conversaciones se hacen casi gritando. Un paisaje borroso que se devora los ojos. Cruzar sobre puentes improvisados, atravesar túneles y canalones.

En el trayecto se pueden apreciar las viejas estaciones, paraderos y bodegas del ferrocarril de Antioquia que luego fue vendido a ferrocarriles nacionales.

Al final del primer día, dejamos las partes más altas de la reserva para ir a buscar el río esperando probar suerte con el tití que nos había sido bastante esquivo durante toda la expedición. Aquí en la desembocadura de la quebrada San Pedro al Nus.

Sobre una de las peñas del río Nus. Aquel día bajaba su caudal con fuerza y el agua turbia golpeaba las rocas casi ensordeciendo todo el espacio.

Desde la peña el río, Rodrigo está atento de la otra orilla, pues ha escuchado un chillido similar al del tití, que para aquellos que no estamos acostumbrados, lo confundimos con el canto de un ave, o incluso bajo el estrepitoso ruido del río y el fiero ronroneo de la motobomba; ni siquiera lo escuchamos.

De repente una figura delgada, larga y gris saltó entre las ramas al otro lado del agua. “¡En el guamo!”, susurró Rodrigo señalando el árbol.

Alrededor de siete titíes se movían plateados entre las ramas. Nos miraban con esa expresión tensa y firme… casi humana. Los chillidos aumentaron y luego de unos minutos desaparecieron. Habían estado presentes en las palabras de todo el recorrido y ya entrada la tarde dábamos por sentado que no tendríamos lo oportunidad de un encuentro.

Levantamos la mirada hacia las copas de los árboles y allí los vimos. Otra manda de titís grises nos vigilaban en silencio, a lo que Rodrigo dijo: “Velos, tan calladitos. Ya almorzaron y se quedan en silencio. Nosotros buscándolos y ellos hace rato nos pistiaban.” Tratamos de seguirlos pero se movían con velocidad y el encuentro con un panal de abejas africanizadas, nos obligó a devolver la marcha hacía la casa evitando tentar la suerte.

Rodrigo bajo un árbol de algarrobo está atento de cualquier indicio de un nuevo encuentro con la manada. Durante la expedición, el algarrobo fue el “mecato” que nos permitió pasar largas jornadas sin las comidas regulares.

De regreso en el patio principal, las aves seguían dándonos un recibimiento alegre y colorido como este Turpial montañero (Icterus chrysater).