El Alto de San Miguel, donde brota la vida del Aburrá
“El Aburrá es un humilde, un ignorado, un agua sin nombre. Como los buenos y sencillos, trabaja en el silencio y en la oscuridad. Y trabaja; ¡Dios lo sabe! Él riega y fertiliza los campos de esta Villa que quiso darle un nombre; él la embellece y la refresca; le regala sus linfas deliciosas y el detalle virgiliano de su paisaje”.
Medellín: El Río. Tomás Carrasquilla (1919)
Lo ha visto y sentido todo, desde los pueblos indígenas aburraes y la fundación de la Villa de la Candelaria, hasta los pasos de las más de 3.7 millones de personas que hoy habitan el Valle de Aburrá. Si se buscara un testigo de todo lo que ha pasado por este valle, ese sin duda sería el río. A él, incluso, el Valle de Aburrá debe su nombre.
Y no solo su nombre, también es su columna vertebral. El Aburrá, que comúnmente llamamos Río Medellín, es el lazo de agua que une los diez municipios asentados sobre este territorio: al sur, desde el municipio de Caldas donde brotan sus aguas, hasta el norte, en Barbosa.
Hoy, el río sufre los achaques de la presencia humana a lo largo de su historia: de los 104 kilómetros que recorre, solo cinco se encuentran limpios. Pero esta no es la historia de los síntomas de su enfermedad, sino la de los remanentes de su esplendor.
Estos cinco kilómetros son la esencia del río y también la nuestra; donde brota la vida del Valle de Aburrá.
Aquí, el río en el Ato de San Miguel y a la altura de la estación Acevedo del Metro de Medellín. Navega sobre la imagen para ver la diferencia.
Río abajo
El recorrido comienza en la sede comunal de la Vereda La Clara del municipio de Caldas, a treinta kilómetros de Medellín. Seguimos los pasos de Álex Arias, nuestro guía, quien ha vivido en este sector toda su vida. El río y el bosque que lo rodean son sus lugares de siempre; y la fauna que habita allí, sus vecinos.
El camino está trazado por la vereda, color a tierra amarilla. Al lado derecho el Río Aburrá nos saluda: un caudal continuo y todavía transparente de menos de la mitad de ancho de lo que lo conocemos en la ciudad. ¡Ay río, si supieras el camino que te espera, no andarías tan deprisa!
A medida que avanzamos, el paisaje de casas y fincas de La Clara lo reemplazan árboles, uno tras otro, pintando todo de verde. Dejamos de ver el río, pero al fondo se escuchan sus aguas.
Justo cuando este comienza a ser el paraíso, vemos el primer rastro de presencia humana: basura, bolsas, botellas, platos, restos de comida, arman un tapete sobre el suelo. La gente viene a disfrutar de este lugar, pero olvidan que la basura no pertenece aquí, sino a ellos. “Aquí les decimos a los visitantes que cada quien se debe encargar de sus residuos. Si los suben llenos ¿por qué no son capaces de llevárselos vacíos?”, dice Arias.
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El río vuelve a nuestro lado; más ancho que antes pero menos profundo de lo que imaginamos, uno podría pararse en la mitad y ver el agua pasar por los talones. Nuestro camino y el río no están al mismo nivel, el último se abre paso un nivel más abajo del primero. Según el guía, esto se debe a la extracción que se realiza hace décadas de material de playa –arena- a la ribera.
Decenas de volquetas llegan a diario al Alto de San Miguel, cargadas de hombres, abriéndose paso sobre el caudal del Río Aburrá, imponiendo el rugido de su motor sobre el sonido ambiente del correr de las aguas. Parquean sobre el río y comienzan a extraer todas las piedras y arena que caben en el vehículo. Horas después las volquetas se van, cargadas de hombres y de arena.
Para mitigar la problemática, Corantioquia construyó en el año 2003 tres presas para que los areneros saquen material por encima de la presa y no socaven más el Aburrá.

Fotos: Natalie López
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En octubre de 2016, las 1.622 hectáreas que comprenden el Alto de San Miguel fueron declaradas por Corantioquia como área protegida, bajo la figura de Reserva Forestal Protectora Regional. Con la declaratoria se prohíben actividades de minería y aprovechamiento forestal.
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Pero esos no son los únicos rodantes que llegan al Parque Ecológico Recreativo Alto de San Miguel. Todos los días llegan carros particulares y motos a parquearse en la mitad de la zona baja del Aburrá. Cuando le preguntamos a Álex la razón, nos dijo que la gente viene a lavar aquí los carros y las motos.
Luego nos enteramos de que en el Valle de Aburrá, se escucha entre la gente que el remedio infalible para la mala suerte es ir a bañarse al Alto de San Miguel. “¿Mala racha? Vaya a darse un baño a donde nace el Río Medellín”, dicen. Resulta que la gente se toma tan a pecho este mito que se van a bañar, con carro y moto incluida, al río, confiando que este los va a redimir.
El que no logra redimirse es el Aburrá, que no limpia ni se queda con la mala suerte de ninguno, pero sí con los aceites y la gasolina que sueltan los vehículos de los creyentes. “A nosotros la Alcaldía de Medellín nos dice que eduquemos en esta parte baja para que la gente adquiera un poco de cultura. Pero aquí realmente también se necesita algo de autoridad”, dice el guía.
Desiertos verdes
A lado y lado del río, se levantan cientos, miles, de árboles iguales que forman bosques simétricos. Son forasteros: pino pátula, una especie de pino proveniente de México y Estados Unidos, que llegó al Alto de San Miguel para quedarse desde hace casi setenta años.
Fotografías: Natalie López / Valeria Zapata
Estos monocultivos abarcan casi el 25% de la extensión total del Alto de San Miguel, la cual es de 1.622 hectáreas, y pertenecen a Cipreses de Colombia, empresa dedicada al cultivo y extracción de madera que compró predios en esta zona mucho antes de que fuera declarada como área protegida.
Cada quince o veinte años, se extrae la madera de estos pinos. Cuenta Álex Arias que, “anteriormente teníamos problemas porque cuando extraían la madera ponían una clase de tobogán para tirar la madera rodada, y destruían toda la vegetación nativa. Hoy en día se lo llevan por vía aérea, son más precavidos”.
Estos bosques son conocidos aquí como “desiertos verdes”, pues al caer las hojas del pino se crea una especie de colchón sobre el suelo que hace que las demás plantas nativas no crezcan a su alrededor. Hoy en día se conservan algunos rastrojos de bosque nativo a la ribera del Río Aburrá y afloran quebradas entre estos bosques, que son protegidos por los dueños de los predios.
Según el guía, estos bosques pueden representar una amenaza para especies de fauna ya que cuando la madera es extraída, obligaría a especies como el cacique candela, que anda en grupo, a desplazarse del territorio.
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Fotografías: Natalie López
La mitad del camino está marcado por el bosque. Árboles y plantas de diferentes formas, texturas y tonalidades se levantan sobre la tierra en lugar de los desiertos verdes. Mariposas de alas de cristal, lagartijas, y grillos payaso, reciben el sol posándose sobre las hojas de las plantas.
Entre las ramas de este bosque nativo se escucha el canto de varias aves al tiempo. Vemos un grupo de aves negras y vientre rojo: el cacique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster), ave endémica de Colombia. Ellos, los verdaderos caciques de estas tierras, nos dan la bienvenida a la segunda mitad de esta historia.
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Hypopyrrhus quiere decir “un poco rojo”, de las palabras en griego hypó (escaso); pýrrhos rojo vivo, color de fuego; y pyrohypogaster (con el vientre bajo de color).
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Cacique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster) / Foto: Valeria Zapata
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Río arriba
Más de cincuenta vacas son las custodias de este tramo del río. Pastan, duermen, miran a los caminantes. Sus antepasados fueron de las primeras pobladoras del Alto de San Miguel, en el año 1845, cuando comenzaron a llegar nuevos habitantes al sur del Valle de Aburrá en busca de tierras para la ganadería y la producción de leche [1].
Antes de esa época, este lugar solo había sido habitado por los pueblos indígenas Aburraes, que conservaban los bosques nativos frondosos que cubrían todo lo que vemos hoy: estas mangas, estas fincas de ganado, y el cauce del río. Rápidamente Caldas se convirtió en el principal productor lácteo de Antioquia, y esta zona comenzó a poblarse y conformar las veredas que conocemos hoy en día como La Clara, El Sesenta y La Salada [1].
Fotografías: Natalie López
Fotografías: Valeria Zapata
Alberto Molina Rojas, auxiliar de campo y guardabosques del Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel fue uno de los que llegó a este lugar con su familia cuando tenía cuatro años. Hoy, más de cincuenta años después de su primera llegada, Alberto recuerda cómo ha cambiado el territorio: “Ha cambiado el entorno y la manera de uno trabajar, porque antes nosotros talábamos los bosques, cazábamos, pescábamos en las aguas. Ahora regresé al mismo territorio que me vio crecer, pero a cuidarlo y a hacer gestión ambiental”.
El río ya se encuentra a nuestro nivel y se ha vuelto angosto, reúne sus aguas en un caudal serpenteante y transparente. Ya no hay volquetas, ni personas con sus autos en busca de quitarse el mal de ojo. Hay, en cambio, un bosque nativo en formaciones vegetales que van desde bosque húmedo premontano (bh-P) y bosque húmedo montano bajo (bh-MB), imprescindible para para sostener la vida en las ciudades: “Como en el Valle de Aburrá el viento sopla de norte a sur, aquí viene a caer el aire contaminado y lo vuelve a mandar purificado”, cuenta nuestro guía.
Pasamos el paisaje ganadero y nos topamos con dos de los lugares más concurridos para acampar en el Alto de San Miguel: el Valle de las Brujas, una planicie poblada de pinos lúgubres; y El Campiño.
“¡Por aquí!”, indica Alex, perdiéndose entre unos matorrales. Lo imitamos y al cruzar vemos dos músculos de agua volverse uno solo. Aquí nace el Río Aburrá, del verbo nacer, según la Real Academia Española (RAE):
Del lat. nascĕre.
4. intr. Dicho de una cosa: Empezar a ser.
6. intr. Dicho de una cosa: Empezar desde otra, como saliendo de ella.
Nacer, existir, no es un hecho aislado y este río, nuestro Río Aburrá, tiene cuatro madres: a un lado las quebradas Santa Isabel y el Tesoro; y al otro La Vieja y la Moladora. Ellas afloran (intr. Salir a la superficie, surgir, aparecer) arriba, en la cuchilla de San Antonio a 3.050 msnm, de donde surgen las primeras gotas de agua del río.
Río abajo, otras quebradas se integran y alimentan el cauce del río: la Cañada Honda, La Sultana, La Tiberio, La Mina, La Clara, La Salada. En total, 254 afluentes desembocan en el río durante los 104 kilómetros que recorre hasta unirse con el Río Grande en el sector de Puente Gabino, para formar el Río Porce [2].
Paréntesis: ¿De dónde viene el agua?
El agua de los océanos, los mares y los ríos se evapora con el sol y se convierte en nubes. Ellas son transportadas por las corrientes de aire, y al llegar a las montañas más altas alcanzan una temperatura baja suficiente para precipitarse. De esta forma el agua vuelve a bajar convertida en lluvia.
Allí, el agua se filtra a través de la tierra y las plantas: una porción recarga aguas subterráneas, otra se evapora formando la neblina -que a su vez es captada por las plantas- y otra vuelve a brotar en partes más bajas para formar nacimientos de quebradas.
Las quebradas van uniéndose a lo largo de su curso, formando grandes ríos hasta desembocar en el océano. Y el ciclo continúa.
Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel
A unos pasos del nacimiento, cruzando un puente de madera, se encuentra la entrada del Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel, 814 hectáreas protegidas de bosque nativo custodiadas por la Alcaldía de Medellín.

Foto: Valeria Zapata
Esta zona alberga un porcentaje importante del total de la biodiversidad reportada para el país: el 16% según estudios del Instituto Mi Río en 1998 [3]. Esta cifra podría ser cuestionable debido a que nos encontramos a casi veinte años de aquel estudio y durante este tiempo, el total de biodiversidad reportada para el país sigue en aumento: actualmente hay 53.343 especies registradas según el Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB) [4]. Mientras tanto, los descubrimientos de especies en este lugar también van en crecimiento.
Diferentes esfuerzos de investigadores, biólogos y científicos, han hecho posible que hoy en día se conozcan, por ejemplo, 227 especies de aves reportadas para este lugar, de acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente de Medellín. Entre ellas se encuentran especies como el cacique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster), el trogón enmascarado (Trogon personatus), el barranquero (Momotus aequatorialis), el tapaculo de Stiles (Scytalopus stilesi) y el carriquí de montaña (Cyanocorax yncas).
Fotografías: Barranquero (Momotus aequatorialis) / Natalie López. Cacique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster) / Valeria Zapata
Fotografías: Tigrillo lanudo (Leopardus tigrinus) y armadillo (Cabassous centralis) / Juan David Sánchez
También se han registrado 55 especies de mamíferos silvestres como el puma (Puma concolor), el ocelote (Leopardus pardalis), el olinguito (Bassaricyon neblina), el tigrillo lanudo (Leopardus trigrinus) y la tayra (Eira barbara), según el mastozoólogo y profesor de la Universidad CES, Juan David Sánchez. Esta cifra corresponde al 9,5% de la diversidad de mamíferos reportada para el país.
Con respecto a la diversidad de flora, se han hallado cerca de 550 especies de las cerca de 28.000 especies reportadas para Colombia, según Dino Tuberquia, botánico, investigador y profesor de la Universidad CES. Entre ellas se destacan la Swartzia radiale, árbol redescubierto en este lugar y a raíz de ello descrito por primera vez en el año 2015; el comino crespo (Aniba perutilis), especie en Peligro Crítico (CR) por su uso maderable; la Magnolia espinalii, árbol endémico de Colombia y también en Peligro Crítico (CR); y el cedro de montaña (Cedrela montana).
En el Alto de San Miguel también fue hallada una nueva especie de insecto de la familia de los membrácidos; su nombre científico evoca su lugar de hallazgo: Bocydium sanmiguelense. Fue identificada por el biólogo Camilo Flórez, quien vio por primera vez un individuo en el año 2012 en una planta en la entrada del Refugio.
En 2016, en la misma planta, Flórez encontró más individuos con las mismas características y de esa manera fue descrita por él, con ayuda del grupo de investigación de Biología de las universidades CES y EIA. Hasta ahora, el Bocydium sanmiguelense es una especie que solo se ha encontrado en el Alto de San Miguel.

Bocydium sanmiguelense / Foto: cortesía Camilo Flórez
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Razones para conservar y apropiarse del Alto de San Miguel
El Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel es considerado un ecosistema estratégico del Valle de Aburrá. Para el botánico, investigador y docente Dino Tuberquia, hay tres razones fundamentales para proteger este lugar.
En primer lugar, es un espacio que alberga una diversidad biológica importante: es hábitat de especies de flora y fauna, de las cuales muchas de ellas hoy en día ya no se encuentran en las laderas del Valle de Aburrá, debido a la expansión urbana y la disminución de coberturas vegetales.
También, este lugar brinda servicios ecosistémicos esenciales para el bienestar humano. En la parte más alta del Alto de San Miguel, a 3.050 msnm, las plantas y el suelo atrapan el agua de la neblina y la lluvia. En aquellos bosques nublados nacen las quebradas que más abajo se unen para dar vida al Río Aburrá, cuyo caudal es aprovechado por dos hidroeléctricas cuando sus aguas forman, junto al Río Grande, el Río Porce: Porce II y Porce III.

Foto: Valeria Zapata
Fotografías: Natalie López
El Alto de San Miguel es un aula abierta y viva para promover la apropiación y el conocimiento de la biodiversidad y los recursos naturales, a menos de una hora de la ciudad. “Tener este lugar cerca nos ayuda a promover el mensaje de que la naturaleza está aquí y que esa es la verdadera Colombia, la Colombia de la biodiversidad, y que hay que sentirla y conocerla para hacerla más nuestra”, afirma el profesor Tuberquia.
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En el Refugio de Vida Silvestre, el guardabosque Alberto Molina recuerda que durante su juventud en este lugar, la educación ambiental no existía: “Nosotros no teníamos esa conciencia. Ver un mamífero significaba alimento para nosotros, pero ahora es muy diferente, los cuidamos para que los ecosistemas sigan funcionando, y más ahora que muchos animales están en vía de extinción.”
Hoy en día, para Molina el salario se ha convertido en lo menos importante de su trabajo. A través de la educación, protege estos bosques de personas que llegan con intenciones de talar árboles, de cazar fauna para traficar con ella o que vienen a acampar, pero dejan los lugares prácticamente destruidos, dice.
Pero guardar los bosques no es tarea solo de aquellos que, como Alberto Molina, han dedicado su vida a esa labor. Es, más bien, una manera de ver y habitar el mundo. No es necesario vivir en el bosque para protegerlo, sino ser consciente -y sobre todo coherentes- con su existencia y la de las demás formas de vida con las que compartimos el territorio.
Es entender que no hay ciudad sin bosque, y que no hay una brecha entre medio ambiente y humano, sino que hacemos parte de lo mismo, y que si una parte de ella va en desequilibrio, inevitablemente todo lo está.
Conservar la vida en la montaña, en San Miguel, es conservar la vida en su totalidad: la nuestra, la de las ciudades y ecosistemas, y la del planeta.

Foto: Natalie López
“La ñapa”: Guía Sonora de Aves del Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel
En 2016, Jorjany Botero Orrego y Sergio Chaparro Herrera, publicaron un audio libro diseñado para que los lectores y oyentes aprendan de las vocalizaciones de varias especies de aves que habitan el Refugio de Vida Silvestre Alto de San Miguel. En este enlace puedes ver la versión digital del libro y más abajo, los cantos de 44 aves de este lugar.
En la publicación del libro participaron instituciones y organizaciones como la Alcaldía de Medellín, la Sociedad Antioqueña de Ornitología (SAO), Parque Explora, Área Metropolitana del Valle de Aburrá, y la Sociedad de Mejoras Públicas a través del Zoológico Santa Fé.
Fuentes bibliográficas:
[1] Secretaría de Medio Ambiente del Municipio de Medellín (2006). Importancia del Alto de San Miguel. Alcaldía de Medellín.
[2] Vélez Otálvaro, María Victoria and Vélez Upegui, Jaime Ignacio and Carvajal Serna, Luis Fernando and Ortiz Pimienta, Carolina and Cardona Orozco, Yuley and Ramírez Rojas, María Isabel (2010) Plan de ordenación y manejo de la cuenca del río Aburra -Antioquia, Colombia. In: XXIV Congreso Latinoamericano de Hidráulica, 21-25 de noviembre de 2010, Punta del Este – Uruguay – See more at: http://www.bdigital.unal.edu.co/4620/#sthash.rnjf4cwi.dpuf
[3] Estudio del Instituto Mi Río a través de la firma FLUVIAL Ltda (1998).
[4] Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB) (2017). Biodiversidad en cifras. Obtenido de: https://www.sibcolombia.net/biodiversidad-en-cifras/