Mariana Matija: Un viaje de ida hacia la sostenibilidad
Hace dos años Mariana decidió dejar de usar bolsas plásticas para la basura de su casa. Dos meses y medio después, ella y su novio sacaron la basura que habían producido en ese tiempo, del tamaño de un balón de básquet -pero ovalado-, envuelta en papel periódico.
Siguieron buscando alternativas para reducir la cantidad de basura que producían y lo lograron: tardaron cinco meses en sacar otro paquete igual al anterior. Y luego sacaron otro más, pero tardaron nueve meses en llenarlo.
Esos fueron los tres últimos paquetes de basura que salieron de la casa de Mariana; desde finales de 2016 decidieron no tener más basurera en casa. Ahora tienen un frasco de vidrio para depositar lo que realmente es basura, los residuos orgánicos los procesan en una paca digestora y el material aprovechable lo entregan a los recuperadores.
Mariana Matija es diseñadora, profesora y una ciudadana comprometida con la sostenibilidad y el medio ambiente. En su blog, Cualquier cosita es cariño, escribe semanalmente sobre vida sostenible, donde trata temas como basura cero, cuidado personal y recetas veganas. Para ella, este blog es una guía para que otras personas emprendan su propio viaje hacia la sostenibilidad.
En esta entrevista, Mariana nos cuenta sobre su proceso hacia una vida más sostenible y la responsabilidad que tiene cada ser humano desde sus hábitos cotidianos con el planeta que compartimos.
En tu blog afirmas que la sostenibilidad es “una manera de viajar”. ¿Qué quiere decir esto?
M: El viaje lo conecto con varias cosas. Por un lado, hago el paralelo con que “la felicidad no es un lugar al que uno llega sino que es una manera de viajar”; para mí es un poco lo mismo, la sostenibilidad no es una meta y ya, más bien son las cosas que uno va aprendiendo en el camino.
Por otro lado está la mirada que le doy a los viajes, uno en un viaje por lo general está dispuesto a salirse de todo lo que uno no haría en su vida cotidiana y a bajarle complejidad a la vida. Uno en la casa es más mañoso, mientras en los viajes, sobre todo cuando se disfruta viajar, entra en una actitud de exploración porque no se tiene todo lo que se tiene disponible en la casa.
¿Cuándo empieza tu proceso de viajar hacia la sostenibilidad y qué lo detonó?
M: Hay muchos momentos, una serie de oleadas digámoslo. Cuando era chiquita comencé un club ecológico para mis amiguitos y yo creo que eso fue clave.
Después vino la adolescencia y uno en esa edad se preocupa por otras cosas. Pero en mi casa, el uso eficiente de las cosas formó gran parte de la educación. Recuerdo que cuando íbamos a mercar mi mamá cargaba con las bolsas de plástico de la última mercada para que no le dieran bolsas nuevas hasta que se le acabaran –en ese tiempo no eran comunes las bolsas de tela-.
También hay dos momentos importantes en los que el asunto ha tomado más fuerza. Uno fue cuando me fui a vivir sola a Chile, allí pasé de que una persona hiciera las compras por mí, a que cada cosa que hubiera en la casa y cada cosa que fuera a comer viniera por mi cuenta. Empecé a ver el origen de los productos, y en vez de comprar algo hecho en China, prefería lo mismo hecho en Chile. Decidí dejar de comer carne hace siete años entonces fue algo así como un efecto dominó, pasaron varias cosas que me llevaron a tomar cambios considerables en mi vida.
Cuando llegué a vivir a Barcelona trabajé como freelance para un sello de producción de café que trabaja con producción responsable, manejo de fuentes de agua y agroquímicos. Desde mi trabajo como diseñadora estaba conectada a esa información de empresas responsables.
Cuando llegué a Medellín hubo otro detonante y fue que empecé a vivir con mi novio, que es una persona con la que comparto todas estas preocupaciones y por eso este proceso de experimentación ha sido más fácil.
En el mundo hay más 7.500 millones de habitantes, en el que casi ninguno vive como tú vives. ¿Vale la pena aportar a que el mundo sea mejor a través de tu estilo de vida?
M: Para mí, sí. De entrada, vivir de otra manera sería atropellar todas las cosas en las que yo creo, y qué manera más triste de vivir la única vida que uno tiene que no sea alineada con las cosas que uno cree.
Sin embargo, yo creo que esta forma de vida sí hace una diferencia por efecto acumulativo. En Medellín se supone que cada persona genera 570 gramos de basura al día, es decir, 208 kilos de basura al año por persona. Yo estoy generando con mi novio cerca de 500 gramos de basura cada uno al año. 500 gramos versus 208 kilos en un solo año. Y en diez años, mientras una persona genera más de 2 toneladas de basura, nosotros solo habremos generado 5 kilos de basura cada uno.
Creo que también parte de este compromiso con este estilo de vida está relacionado con que cada vez le parezca más accesible a otras personas. La mayoría de gente que lee mi blog no sigue exactamente mi estilo de vida, pero sé que a partir de las cosas que he compartido hay mucha gente que ha empezado a cambiar cosas en su vida cotidiana. Eso ya es una diferencia, que en efecto acumulativo empieza a hacer una diferencia importante.
En Medellín se recolectaron 607.316 toneladas de residuos sólidos en 2016, 1.700 toneladas cada día en promedio. – Emvarias
Si todos los habitantes de este planeta vivieran como tú, este estilo de vida se volvería un “problema” para el modelo de sociedad y desarrollo económico actual. ¿En qué aspectos imaginas que tendría que cambiar ese modelo?
M: Yo tengo claro que soy un problema para las personas que tienen la mirada convencional de cómo funciona la sociedad actual.
Para mí el hecho que seamos más de 7.500 millones de personas ya es un problema. Creo que; incluso si esa cantidad de personas fueran responsables con su consumo, no generaran residuos, no consumieran productos de origen animal y se movieran en bicicleta; igual estaríamos generando desequilibrio por algún lado porque somos demasiados.
Las cosas que me imagino que serían ideales no son posibles con tanta gente, porque las ciudades donde hay más capacidad de autocontrol, sin que haya un gobierno paternalista que pone las normas, funcionan mejor si tiene una población pequeña. En la medida que haya ciudades de 9 millones de habitantes será muy difícil que la gente se auto regule.
Pero el hecho de que mucha gente tenga este estilo de vida y que empiece a obligar a esta sociedad a cambiar me parece genial. Al final el sistema se va adaptando, porque el sistema somos nosotros. El cambio tiene que pasar o no seremos.
¿Cómo puede democratizarse este estilo de vida adaptado al contexto colombiano, para que cualquier habitante pueda conocerlo y tener acceso a él?
M: Yo creo que es democrático por defecto. Más que porque sea caro, o porque sea más difícil, creo que hay una falta de sensibilización previa. He oído mucho eso de que ser vegano es para ricos, y en realidad la comida vegana es la más barata. El frijol, las lentejas, ¿me van a decir que comprar frijoles es más caro que comprar un pedazo de carne?
Ir a comprar a granel es más barato que comprar productos metidos en una bolsa. Es cuestión de mirar uno a dónde lo compra. Si uno va a La Minorista, todo es más barato que en cualquier tienda y no necesito bolsas para nada. Es más un asunto de acceso a la información que de costos.
En tu blog hablas de 5 R (rechazar, reincorporar, reducir, reutilizar y reciclar) donde explicas que reciclar debería ser la última opción. Sin embargo, desde pequeños nos enseñan que reciclar siempre es la mejor opción. ¿Por qué nos enseñan en primera instancia a reciclar cuando nos deberían enseñar en primera instancia a rechazar?
M: Porque rechazar no es negocio y reciclar sí. Reciclar todavía no es suficientemente negocio, pero llega a serlo. La recolección de basuras, más que ser un servicio, es un negocio, es el dinero por tonelada de basura dispuesta.
Rechazar implica que la gente no salga a comprar, y sabemos lo que piensa Medellín como ciudad de que la gente no salga a comprar. Cuando aquí se promueve un día sin carro, “brincan” porque el comercio se va a ver afectado. Parece que da igual que la gente se muera, pero que el comercio no se afecte, como si la gente no fuera la que mueve el comercio.
Poner la basura en una basurera no hace que desaparezca, sólo la pone en un lugar que es más cómodo para nosotros: fuera de nuestra vista. Si la vemos, creo que no nos quedará más opción que buscar otras maneras de lidiar con ella (¡dejando de crearla, por ejemplo!) – Mariana Matija
¿Con respecto al manejo de residuos, qué sientes como ciudadana que le hace falta a la gestión de Medellín?
M: Le falta lo que le falta a casi todas las ciudades del mundo: ver la basura, no como un estorbo que hay que llevar a esconder a otro lado, sino como un estorbo que hay que dejar de generar.
Parte del asunto es que nos demos cuenta de lo ridícula que es la basura. Yo ahora no sé qué hacer con la basura porque en mi casa no hay basurera, hay un frasco de vidrio que no quiero llenar. Tenemos tan automatizado el proceso de generar basura que ni siquiera nos preguntamos por la basura que estamos generando.
Esto es un problema no sólo de Medellín, es un problema donde nosotros como sociedad debemos entender que la basura no debería existir; lo que existen son recursos que no estamos utilizando o que estamos utilizando pésimamente. El hecho de que diseñemos algo para que vaya a parar a la basura es una estupidez por donde se le mire.
Se podría empezar a incentivar más el tema de que la gente clasifique los residuos para que se aprovechen mejor en procesos de reciclaje y posconsumo. Se podría generar un sistema a nivel local en manejo de residuos orgánicos, que sería fabuloso. Lo que se calcula que llega a la Pradera de residuos orgánicos es entre el sesenta y setenta porciento. Ese porcentaje no es basura, son cosas que pueden ser convertidas en compost o que podrían producir energía.
Digamos que todos los residuos se aprovechan, pero eso debe venir de la mano con decirle a la gente que deje de botar comida, porque el cuarenta porciento de la comida que se produce en el mundo se bota a la basura, y eso significa que los combustibles fósiles que se utilizaron en la recolección, transporte, los pesticidas que se utilizaron, que la mano de obra que se utilizó, que el agua; todo eso fue a parar a la basura.
Los antes y después de Mariana – Cualquier cosita es cariño
¿Qué obstáculos has encontrado en estos siete años desde que empezaste este proceso?
M: Yo creo que lo más difícil ha sido la gente –risas- pero en el fondo eso significa que lo más difícil es uno, porque en la medida que uno aprende a lidiar con la gente, se le vuelve menos difícil.
Las situaciones más difíciles han tenido que ver con otros seres humanos, con los momentos en que alguien se me sale de los zapatos porque yo estoy diciendo que no quiero tal producto o que estoy preguntando más de la cuenta, porque con el tema de tener acceso a los productos siento que he encontrado lo que he necesitado, y si no lo he encontrado me he adaptado.